Al dar a luz su libro La tentación totalitaria, el filósofo marsellés Jean-François Revel clavó la pica en Flandes. Habló de los sistemas que, disfrazados con tintes de “izquierda” o “derecha”, habían demolido las libertades democráticas fundamentales: reunión, asociación, opinión, diálogo, respeto, elección y expresión.
Mares de tinta se han escrito los últimos 40 años para justificar las decisiones que pretenden derrumbar esos emblemas, sencillamente indispensables, borrar del mapa las luchas históricas por obtenerlos. Paniaguados y serviles de los establishments han sido señalados para siempre, por sus oscuros objetivos.
Parafraseando al filósofo marsellés, que hizo la pregunta sobre lo que significaba la democracia hace cuatro décadas a jóvenes españoles de Barcelona, ansiosos de la supresión del régimen franquista que se había perpetuado en la península, gracias a la división ideológica que había causado la Guerra Civil…
… que en cualquier parte del mundo, hasta un puberto sabe cuáles son las condiciones del ejercicio de las libertades democráticas: tolerancia, respeto a los diferentes, estricto apego a la ley vigente y, sobre todo, agotar las posibilidades del diálogo, mucho antes de empuñar un garrote.
Represión, primero; diálogo, después
En nuestro país, la tentación totalitaria es la que campea, cada día peor que en el pasado. Acotadas todas las libertades, cancelado el respeto a su ejercicio, se instala una Mesa de diálogo político en la Secretaría de Gobernación, sólo después de que la represión a los inconformes ha ensangrentado al país, por los caprichos del contrariado y autoritario niño ñoño Nuño.