La derrota de la reforma educativa será menos violenta en la medida en que el movimiento sea lo más masivo posible. Debemos cerrar el paso a los verdugos.
El asesinato de 8 valientes, a manos de la Policía Federal, ha puesto de luto al movimiento contra la reforma educativa. No es para menos. Una semana antes el gobierno había capturado a las dos cabezas más visibles de la sección 22. En otras palabras, el gobierno repitió contra el movimiento magisterial la receta que en el pasado aplicó a autodefensas y policías comunitarias por igual: encarcelamiento de líderes y ataque armado a quienes se negaban a rendirse para extirpar cualquier ánimo de lucha. Así fue posible el desmantelamiento casi total de las autodefensas.
En Oaxaca, sin embargo, el apresamiento de líderes y el ataque armado, más que apagar las combatividad, la ha avivado. Ayer a medio día ya caminaba por las calles de la ciudad una numerosa protesta de indignación por los asesinatos. De modo similar, también en la capital del estado, el paro aumentó a cerca de 90% de escuelas en huelga. El ánimo de seguir y fortalecer la lucha fue captado por el resto del movimiento en Oaxaca. Un ejemplo: si ayer a las 7am la principal barricada en el Istmo de Tehuantepec se había reducido a tan sólo 20 personas –“si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”–, después de medio día ya habían 500.