Putrefacción institucional
Política mercantilizada
Telepoderes garantes
Julio Hernández López / Astillero
No es sólo ella. Ni su caso es el peor. Ha escandalizado por su condición de legisladora de ‘‘izquierda’’ que hacía punta en la lucha desde el Congreso contra los retorcimientos que de la mano de Los Pinos buscan favorecer al máximo poder televisivo, el de la empresa de Emilio Azcárraga, que históricamente ha frenado el desarrollo cívico y cultural de los mexicanos y se ha constituido en hiperactivo factor de poder que ayuda a la consolidación de los intereses de las cúpulas (ayudando y promoviendo a determinados personajes en busca de la Presidencia de la República y acallando y distorsionando las luchas sociales y electorales que tratan de cambiar ese entramado de complicidades en las alturas). Pero Purificación Carpinteyro es sólo un botón de muestra (imperdonable, vergonzoso, cínico) del grado de corrupción al que ha llegado el ejercicio de los cargos políticos en México y del nefasto entreveramiento de intereses empresariales y políticos en este país de descomposición galopante.
La ávida Purificación, urgida de hacer negocio a como dé lugar, es sólo una parte del complejo mundo de la izquierda mexicana que se ha permitido y promovido, la de las corrientes dominantes en el Partido de la Revolución Democrática, los Chuchos, los Bejaranos y las demás agrupaciones internas que por igual pelean por llegar a cargos y erarios desde los cuales seguir ‘‘haciendo política’’ a partir del dinero y con destino final en el dinero, en un círculo sin fin que perpetúa la corrupción administrativa (como ha sucedido en el Distrito Federal, ocupe quien ocupe la correspondiente jefatura de Gobierno) y excluye de la posibilidad de participación política a quienes carecen de dinero para ‘‘invertir’’. De esa cultura política trastocada no está exenta la construcción de Morena, donde la falta de recursos económicos fundacionales ha llevado a entregar ciertos seccionamientos regionales a patrocinadores que así se convierten en una suerte de franquiciatarios y donde sobreviven formas de la praxis compartida durante décadas con el perredismo que, a fin de cuentas, es su punto de referencia.