Ánimos diazordacistas
Gamboa y los ganones
Identidad teletonera
Julio Hernández López / Astillero
La narrativa gubernamental no tiene fisuras: todo el discurso oficial relacionado con las protestas de maestros contra la reforma educativa advierte del inevitable uso de la fuerza física para defender un presunto estado de derecho en peligro. El propio Enrique Peña Nieto ha retomado el aire altivo que en la Universidad Iberoamericana dio origen al movimiento #YoSoy132: así como en plena campaña electoral reivindicó para sí la responsabilidad de la represión contra el movimiento popular de San Salvador Atenco, y dejó constancia inequívoca de que no le temblarán las manos para aplicar la ley, ahora, ya como ocupante de Los Pinos y de viaje por Asia, desarrolla el discurso de la legalidad en entredicho y la obligación del Estado de actuar con firmeza.
La institucionalidad cruje de manera crónica y las leyes son diariamente pisoteadas, en un México fallido, pero a la élite política le parece que lo único inaceptable es que las protestas de una parte de un gremio nacional rebasen ciertas líneas normativas. Desde el poder se induce la histeria colectiva adjudicando a los maestros no oficialistas crímenes mayores, como la obstrucción de carreteras. Y resuenan voces que se inspiran en el diazordacismo, demandando represión gubernamental inmediata, en consonancia con los planes de control social que a los nuevos dueños del país les urge implantar.