Salvador García Soto
Desde hace varias semanas el presidente Felipe Calderón se ha dedicado a construir lo que los especialistas en discurso político llaman la “narrativa de su sexenio”; con un serie de discursos que buscan explicar, justificar, darle sentido a sus acciones como gobernante, el futuro ex presidente intenta dejar, para la historia y para sus críticos, una serie de mensajes y líneas argumentativas con las que desearía que se entendiera lo que fueron sus decisiones y acciones en seis años de gobierno.
Junto a un exultante buen humor, con el que constantemente bromea, hace chistes y muestra su habilidad dicharachera, Calderón aprovecha sus últimas apariciones como Presidente para explicar lo mismo sus decisiones en materia económica -quizá de lo más rescatable de su gobierno- que sus políticas sociales o hasta sus decisiones en materia de infraestructura. Pero si hay un tema que parece obsesionarle al mandatario saliente y que intenta explicar una y otra y otra vez, reflejo de la preponderancia que tuvo en su gestión, es el de su cuestionada guerra contra el narcotráfico.
Frases como “teníamos que hacerlo”, “no me arrepiento de las decisiones que tomé” o “volvería a tomar las mismas decisiones”, han aparecido en varios de los discursos presidenciales con los que se intenta argumentar, si es que eso es posible, los seis años más cruentos y sangrientos en la historia reciente de México. Calderón sabe que ese es el tema que lo marcará y lo perseguirá como Presidente y tiene todo el derecho de explicar, de argumentar, de justificar las decisiones que como presidente, jefe de Estado o incluso comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, él tomó y que desencadenaron un violento periodo en el que murieron miles de mexicanos y centroamericanos, otros miles quedaron huérfanos, viudas, con hijos asesinados o desaparecidos.