domingo, febrero 06, 2011

El ajedrez de Elba

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

En Puebla, cientos la reconocieron con ovaciones como la arquitecta de la victoria cuando pisó el Centro de Exposiciones, a tope con 19 mil invitados, para asistir a la toma de posesión de Rafael Moreno Valle como gobernador. Encabezados por representantes de las dos secciones del sindicato de maestros, la ola de aplausos recibió a Elba Esther Gordillo como su heroína, y convertida en un factor real de poder a quien buscan y quien, conciente de la fuerza a su disposición para mover una elección, no entrega fácil su corazón.

Entró acompañada del gobernador de Veracruz, Javier Duarte, como si quisiera dar un mensaje claro de en dónde se encuentra situada. Duarte enfrentó a Miguel Ángel Yunes, que había sido por largo tiempo el más sofisticado gladiador de la maestra, y a quien respaldó el presidente Felipe Calderón por encima del PAN veracruzano para ser quien le arrebatara al PRI el poder en el estado, uno de los cinco graneros de votos en la nación. Gordillo, sentida porque Yunes la desconoció, se alejó de él y lo dejó sólo. No pudo su viejo aliado con Duarte, pese a todo el apoyo federal y presidencial que se inyectó a su campaña.

En Puebla fue diferente. Moreno Valle es su hijo político con quien lo unen lazos personales. Por él, la maestra le dio la espalda a quien fue su subordinado, el recién salido gobernador de Puebla, Mario Marín, y metió todo en apoyo de su protegido que iba por una alianza encabezada por el PAN. La maquinaria azul no le alcanzaba a Moreno Valle para ganar, por lo que Gordillo envió a miles de maestros para hacer trabajo de proselitismo pero, sobretodo, para que ayudaran a cuidar las casillas el día de la elección y que Moreno Valle las tuviera todas cubiertas. Quien no tiene representantes confiables en todas las casillas, juega con una herida abierta en una elección. La maestra les abrió esa herida.

Para Guerrero la buscaron también. El PRI tenía a Manuel Añorve como su candidato a gobernador, respaldado por el senador Manlio Fabio Beltrones. Viejos adversarios, la maestra y el senador habían acordado recientemente una tregua y un pacto de no agresión, que fue el contexto para que los maestros acudieran al respaldo del PRI. Pero una semana antes de la elección, los maestros se fueron de Guerrero. El adversario de Beltrones era Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del Distrito Federal, uno de los cuatro amores platónicos de la maestra, y con quien sin duda jugará en alianza en 2012.

La maestra está en una de las etapas más fuertes de su reinado de más de dos décadas al frente del sindicato de maestros, sobreviviente de varias batallas donde quisieron destruirla. Gordillo, una zorra política que huele la oportunidad tanto como el peligro, tiene mucho de oriental en su proceder, capaz de guardarse y esperar a que los vientos y las condiciones le sean más propicias, así como lograr que su sangre se mantenga templada.

En las elecciones presidenciales de 2006 hizo pagar a Roberto Madrazo una afrenta de tres años antes, cuando la traicionó en su propuesta para aumentar el IVA en el Congreso, y permitió que el mexiquense Emilio Chuayffet, que era su segundo en la bancada del PRI, la devorara. Cuando Madrazo se lanzó para la Presidencia, ordenó a los maestros en el país: voten por quien quieran, menos por Madrazo. Andrés Manuel López Obrador ganó en tres circunscripciones electorales; Felipe Calderón, en las otras dos.

La maestra había buscado a López Obrador durante la campaña, pero el candidato de la izquierda nunca quiso hablar con ella, y menos aún pactar una alianza que, juzgaba, lo mancharía. Buscó entonces a Calderón y lo halló. A cambio del respaldo magisterial irían puestos en el gobierno: subsecretarías (Educación), coordinaciones generales (Seguridad Pública), paraestatales (ISSSTE y la Lotería Nacional). Calderón siempre recibió críticas en su entorno inmediato que esa alianza era muy costosa, pero la mantuvo.

El año pasado se debilitó. Una sugerencia a la maestra de que quizás había llegado el tiempo de retirarse, tensionó las cosas. Hubo frialdad, enfrentamientos soterrados y reencuentros. La alianza, sin embargo, se modificó. Cuando llegó el momento de sustituir formalmente a Yunes en el ISSSTE –al irse de campaña a Veracruz-, la maestra propuso a su yerno, el subsecretario de Educación, Fernando González, pero lo vetó el Presidente. Héctor Larios, el ex diputado, era el candidato de Los Pinos, pero la maestra dijo no. Finalmente, el cargo se resolvió internamente.

La relación política en Los Pinos ya no es lo homogénea que era en la primera parte del sexenio. En Sinaloa, por ejemplo, respaldó la candidatura del priísta Jesús Vizcarra, pero perdió. Se puso del lado de Eduardo Bours en Sonora, pero también perdió. Ha jugado cartas abiertas con Enrique Peña Nieto, dolor de cabeza presidencial, y envió maestros para respaldar a Ricardo Barroso, candidato del PRI al gobierno de Baja California Sur, a enfrentar el candidato panista.

Gordillo ha venido jugando tácticamente en los últimos meses, concretando alianzas políticas en forma casuística. A la vista de todos ha forjado pactos con unos y otros, algunos incluso antagónicos y adversarios empedernidos, pero se ha vuelto como una fruta a la que todos quieren. Algunos piensan que es una manzana envenenada, pero no están listos a pagar el costo por despreciarla. La siguen viendo con respeto. Después de todo, en Puebla comprobaron de lo que todavía es capaz de hacer.

Insultan a Calderón, pero se alían con ellos

Rubén Cortés

El PAN cedió al PT su candidatura para gobernador en Guerrero, pero ayer el PT rompió la sesión en la Cámara de Diputados desplegando una manta con una foto del panista más emblemático, el Presidente Felipe Calderón, y el rótulo siguiente:
¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? ¿No, verdad? ¿Y por qué lo dejar conducir el país?

La sostenían los diputados Gerardo Fernández Noroña, Mario Di Costanzo y Jaime Cárdenas.

Así pagó el PT al PAN la declinación de Marcos Parra en favor de la alianza PRD-PT-Convergencia, ganadora de los comicios guerrerenses con el ex priista Ángel Ramírez (55.92 por ciento), seguido del abanderado del PRI, Manuel Añorve (42.74).

Igual festeja Jesús Ortega, líder del PRD, las coaliciones ganadoras en Oaxaca, Sinaloa, Puebla y Guerrero: vistiendo la playera de No más sangre, campaña que achaca a Calderón las 33 mil muertes registradas en su lucha contra el crimen organizado.
Ortega, jefe de un grupo político con tufillo a nombre de pandilla, Los Chuchos, y que debería explicar sus vínculos con personajes de dudosa reputación, que están presos o prófugos por lazos con el narcotráfico.

Ortega ungió como candidato perredista a gobernador en Quintana Roo a Greg Sánchez, hoy encarcelado en un penal de alta seguridad; y apoyó la entrada ilegal a la Cámara de Diputados de Julio César Godoy para tomar protesta como diputado.

Así, el líder del partido aliado del partido de Calderón mancha la credibilidad del programa estrella de Calderón: la lucha contra el narcotráfico.

Una esquizofrenia absoluta: el partido de Calderón se alía con el líder de un partido al que debería obligar a esclarecer sus relaciones con presos y prófugos. Y que ¡por Dios! luce una playera contra la lucha anti-narco.

Que, además promueve la alianza en el Edomex, donde un aspirante a la candidatura es el panista Ulises Ramírez, señalado (sin que lo haya desmentido) de nexos con El Chapo Guzmán, en el libro Los señores del narco, de Anabel Hernández.

Pero esa esquizofrenia proviene de la obsesión antipriista del Presidente, lo cual es un error de Estado, porque el PRI tiene mil defectos, pero es un partido institucional, que en 2006 salvó al país de una crisis constitucional al apoyar la toma de protesta de Calderón.

Y que ayer sus legisladores abandonaron el recinto parlamentario al ver la manta que denigraba la figura presidencial: porque son políticos profesionales.

Sin embargo, para qué jugar con las palabras: la alianza PAN-PRD equivale a vender el alma al diablo y eso lleva a la caída. Ya Goethe lo explicó en Fausto:

No importa si logras o no el objetivo, el puro hecho de vender tu alma al diablo, ya te hizo perder.

González Márquez va en serio

Miguel Ángel Granados Chapa

Este 6 de febrero termina el lapso en que Emilio González Márquez puede emitir mensajes con motivo de su cuarto informe de gobierno. El contenido y los alcances de su difusión son claramente actos anticipados de campaña. En ella está el gobernador de Jalisco. Se propone ser candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República. Y cuidado, porque puede lograrlo, aunque ello dependa del método que adopte su partido para escoger a su abanderado en la contienda de 2012. Si se le da oportunidad de hacer proselitismo interno, sus contrincantes (sobre todo si hay entre ellos secretarios de Estado bisoños en la política, y aun Josefina Vázquez Mota) acaso topen con la sorpresa de las dotes personales del góber piadoso, que le han permitido ascensos meteóricos en los partidos en que ha militado.

Por añadidura, González Márquez posee el talante autoritario suficiente para violar la ley si ella estorba a sus propósitos. En las dos semanas anteriores lo ha mostrado abiertamente. De acuerdo con las normas constitucionales en materia electoral –vigentes desde 2007– y su complemento en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, un gobernador como el de Jalisco puede promover su obra, no su imagen personal, durante siete días previos y cinco posteriores a su informe anual de gobierno. El número cuatro del jalisciense ocurrió el martes pasado. Pero no se limitó a elogiar su propia tarea en el ámbito regional que le impone la ley. Contrató cientos de mensajes en los canales nacionales de televisión e inserciones impresas en la Ciudad de México. En todas ellas aparece sonriendo un hombre afable, lejano por supuesto de la imagen del ebrio que fue a retar a Raúl Padilla en su casa de Guadalajara con motivo del conflicto que enfrentó a su gobierno y a la universidad local. El litigio, que González Márquez quiso personalizar en Padilla, presidente de las empresas universitarias y cabeza de la política en esa casa de estudios, se resolvió en perjuicio de la segunda universidad del país. El gobernador se salió con la suya de pagarle menos de lo que debía, y de hacerlo tarde y a plazos.

El modo en que planteó y ganó ese conflicto es característico de su personalidad. Está resuelto a ser un triunfador y lo ha logrado en breve lapso. Nació el 12 de noviembre de 1960 en Lagos de Moreno, y se graduó de contador público en la universidad a la que, para decirlo en breve y a las claras, acaba de domeñar con el auxilio del gobierno federal, que pasó de árbitro a cómplice del góber piadoso. (El título, obviamente alusivo al que se llevó consigo Mario Marín, recuerda el donativo del gobierno jalisciense a la construcción del Santuario de los Mártires. A quienes criticaron lo que significaba ese dispendio de fondos públicos, contrario además al laicismo republicano, Gónzalez Márquez respondió simplemente con un “¡chinguen a su madre!”.)

A los 22 años se inició en la política. En 1982 se afilió al Partido Demócrata Mexicano, que había obtenido registro electoral tres años atrás y realizaba su primera campaña presidencial, sin perder su talante histórico original, puesto que había surgido del sinarquismo. Muy rápidamente, como lo haría en los sucesivos espacios en que se desenvuelve, haría notar su capacidad de liderazgo: fue presidente del comité municipal pedemista en Guadalajara, miembro del comité estatal y del nacional, a cuya cabeza llegó a estar como presidente interino luego del desastre electoral de 1988. Tres años más tarde, con votación de nuevo por debajo de la cota legal, el PDM perdió el registro.

González Márquez se trasladó entonces al PAN, en cuyas filas tradicionalistas fue muy bien recibido. También se hizo notar pronto, con cargos en el comité estatal. Ya en 1995, cuando el PAN arrasó en las elecciones locales y Alberto Cárdenas fue gobernador y César Coll presidente municipal de Guadalajara, González Márquez fue regidor. Se convertiría en alcalde en 2003, previo paso por la Cámara de Diputados. Del gobierno municipal arrancó para ganar el estatal, en 2007, con la ayuda de la PGR, que filtró información que denigraba a Arturo Zamora, el candidato priista, con quien González Márquez mantenía una cerrada disputa, pues parecía posible que el tricolor recuperara el gobierno de Jalisco.

Aunque es dicharachero y bebedor, y desdeña a los diferentes (dijo, por ejemplo, que los homosexuales le dan “asquito”), no es en sus anécdotas donde se refleja su carácter autoritario, férreamente vinculado al catolicismo tradicional (es conocidísima su cuatachería con el cardenal Juan Sandoval). Es contrario a repartir condones a los jóvenes como parte de una política de salud pública y ha iniciado controversias constitucionales que lo pongan a salvo de aplicar, llegado el caso, normas relativas a la libertad sexual y de reproducción vigentes en el Distrito Federal.

Contradictoriamente como buen puritano, ha conservado a su procurador Tomás Coronado Olmos, señalado por pederastia y prostitución infantil. Con el desdén que asesta a los diferentes, prometió que sería el primero en ordenar la observancia de la ley cuando de los chismes y los rumores se pasara a la denuncia formal. Lo hizo el ex subprocurador Víctor Manuel Landero. Y lo hizo también la madre de un niño afectado por las prácticas denunciadas. El gobernador olvidó su promesa.

El próximo octubre se efectuarán en Guadalajara y otras sedes jaliscienses los XVI Juegos Panamericanos. Si se acompasa con ellos el calendario panista para elegir candidato presidencial, González Márquez encontrará en aquella celebración deportiva un escenario inmejorable para lanzar, urbi et orbi –aunque esté prohibido hacerlo–, la imagen del hombre que quiere que se crea que es.

Tintas de la violencia


Opinión invitada / Enrique Krauze

"En memoria de Sarita Mendoza".

La violencia del presente nos da otros ojos para mirar la violencia del pasado. Ésa es la sensación que deja "José Clemente Orozco. Pintura y verdad", la exposición coordinada por Miguel Cervantes en San Ildefonso. Entre sus muchas sorpresas -los formidables retratos que dan la bienvenida, las crueles, incómodas pero desternillantes caricaturas antimaderistas, las acuarelas feroces y tiernas de la vida prostibularia- sobresale una serie de pequeños cuadros en tinta y lápiz que originalmente se titularon "Horrores de la Revolución".

Son parte de un conjunto de cincuenta o sesenta trabajos que Orozco comenzó a pintar poco antes de su segunda salida de México a Estados Unidos (noviembre de 1927) hasta 1930 aproximadamente, cuando el éxito de esas tintas y de sus subsiguientes litografías le ganó los contratos de sus tres famosos murales en aquel país: Pomona, College New School for Social Research y Dartmouth College.

La génesis de esos dibujos es curiosa. A sabiendas de que Orozco había desistido de continuar sus murales en la Preparatoria, la periodista y crítica Anita Brenner -una de esas grandes enamoradas literarias de México- fingió que un coleccionista norteamericano se interesaba en los dibujos que el pintor había comenzado a realizar sobre sus recuerdos de la Revolución.

Orozco le dio alguno de ellos y partió hacia Nueva York, donde no tuvo tiempo de lamentar la estratagema porque, advertida por Brenner, Alma Reed -la célebre "Peregrina", otra apasionada de México- lo tomaría en más de un sentido bajo su manto, promoviendo su obra entre amigos adinerados, en exposiciones y aun en la galería Delphic Studios, que abriría para ese propósito.

A partir de su llegada, tras establecerse en el Upper West Side, Orozco siguió representando vívidamente las imágenes que le había tocado presenciar hacia 1915 en Orizaba, cuando trabajaba en La Vanguardia, el diario de los famosos "Batallones Rojos", dirigido por el "Dr. Atl".

En su "Autobiografía" Orozco dejó párrafos memorables sobre esa experiencia: "la tragedia desgarraba todo a nuestro alrededor. Tropas iban por las vías férreas al matadero. Los trenes eran volados. Se fusilaba en el atrio de la parroquia a infelices peones zapatistas que caían prisioneros de los carrancistas. Se acostumbraba la gente a la matanza, al egoísmo más despiadado, al hartazgo de los sentidos, a la animalidad pura y sin tapujos. Las poblaciones pequeñas eran asaltadas y se cometía toda clase de excesos. Los trenes que venían de los campos de batalla vaciaban en la estación de Orizaba su cargamento de heridos y de tropas cansadas, agotadas, hechas pedazos, sudorosas, deshilachadas".

Las tintas en San Ildefonso despliegan aquella realidad atroz que el mito revolucionario lograría suavizar y hasta ennoblecer. Un ahorcado cuelga de un poste mientras dos personajes duermen con sus fusiles; un cuchillo alevoso (imagen reiterada en Orozco) ha traspasado el pecho de una mujer desnuda que yace bajo un maguey junto a su marido, un infeliz peón zapatista; una espectral procesión sigue la camilla de un fusilado; en un precario cuarto de hospital, entre cobijas raídas y mujeres sollozantes, se hacinan los heridos: mutilados, vendados, enceguecidos, moribundos; las pistolas y cuchillos en "La Batalla" son prefiguraciones del "Guernica"; en varios otros cuadros ("Lágrimas", "Guerra") los personajes centrales son mujeres mexicanas que cubren su luto con sus rebozos: postradas, arrodilladas, suplicantes, resignadas.

Orozco se apiada infinitamente de ellas pero no idealiza al "pueblo". Con frecuencia lo representa como la ruidosa comparsa del generalote asesino, rodeado de soldados protervos y jadeantes putas.

Entre todas las tintas, dos me impresionaron particularmente: "Violación", que ocurre en una recámara de espejos y muebles destrozados, donde un revolucionario cascorvo, tras saciar su apetito, se ajusta torpemente los pantalones mientras otro comienza su acto brutal sobre la misma, desesperada mujer; y "El regreso", quizá el más conmovedor por su tonalidad rulfiana: un hombre vuelve a casa para informar a dos mujeres -tal vez su madre y su hermana- de la muerte de un ser querido del que sólo ha quedado un despojo de ropa.

¿Cuál era la fuente íntima de su sensibilidad ante el dolor? A los 21 años, un experimento con pólvora le había estallado en la mano, y para prevenir la gangrena se optó por amputarla. En el libro conmemorativo de la exposición hay un excelente ensayo de Raquel Tibol que recobra testimonios desgarradores de Orozco sobre su limitación física: "todo, absolutamente todo, tengo que hacerlo ¡con una sola mano!". Había anticipado la Revolución en su propio cuerpo.

Se dirá que la violencia revolucionaria era lúcida, social, heroica. Se dirá que aquellos centenares de miles de muertos (y sus viudas y huérfanos) eligieron ese destino para redimir a un país sumido en la miseria, la injusticia, la desigualdad o la opresión. ¿Fue realmente así? En la visión de Orozco (como en "Los de Abajo", novela que ilustró por esas fechas) la Revolución no fue la utopía exuberante e idílica de Rivera, ni la dinámica ascensión histórica de Siqueiros, sino el drama de un pueblo bueno sacrificado en una incomprensible, estruendosa y salvaje "fiesta de las balas".

Se dirá que la violencia actual no es lúcida, ni social ni heroica. Es verdad. Pero cabe preguntarnos si la mitología de la Revolución no plantó entre nosotros un desprecio a la vida que siguió latente (aplacado por un vasto y eficaz sistema de dominación, no por un verdadero Estado de derecho) hasta aflorar de nuevo en nuestro tiempo. Muchas cosas construimos en el siglo 20 pero no una cultura de la legalidad, que era la columna vertebral del México liberal. Por eso, al cesar el monopolio del poder (cuya restauración es indeseable y quizá imposible), hemos regresado al origen: minorías violentas entregadas "a la matanza, al egoísmo más despiadado, al hartazgo de los sentidos, a la animalidad pura y sin tapujos".

¿Cuándo saldremos? Cuando la ley y la justicia arraiguen entre nosotros, cuando amparen a las mayorías pacíficas, silenciosas y dolientes, cuando impere el respeto a la vida individual.