domingo, abril 19, 2009

Archivo de la revista "Cuadernos Políticos"

Rebelión

Cuadernos Políticos fue una revista que se publicó entre‭ ‬1974‭ ‬y‭ ‬1990‭ ‬por Editorial Era.‭ ‬En ella confluyeron toda una generación de intelectuales críticos latinoamericanos que,‭ ‬con el ascenso de las dictaduras militares de la década de los‭ ‬70s en Centro y Sudamericana tuvieron que exiliarse en México,‭ ‬ante la imposibilidad de ejercer su labor crítica de manera libre y por la amenaza siempre latente de la desaparición y la muerte.

Cuadernos Políticos fue animada por gente como:‭ ‬Bolívar Echeverría,‭ ‬Carlos Pereyra,‭ ‬Ruy Mauro Marini,‭ ‬Neus Espresate,‭ ‬entre otros.‭ ‬Para su publicación,‭ ‬colaboraron escritores tan importantes como:‭ ‬Carlos Monsiváis,‭ ‬Adolfo Sánchez Vázquez,‭ ‬Adolfo Gilly,‭ ‬Michael Löwy,‭ ‬por mencionar solamente algunos de la enorme lista de autores que publicaron en ella.‭ ‬La revista se caracterizó por su perspectiva crítico-marxista desde la cual se avocaron a reflexionar sobre los sucesos políticos más relevantes de América Latina y el mundo de esos años.‭ ‬Además,‭ ‬la revista difundió las reflexiones de otros pensadores críticos de Europa y Estados Unidos,‭ ‬fungiendo con ello como vínculo entre el pensamiento crítico latinoamericano,‭ ‬el europeo y estadounidense.

El archivo electrónico que aquí presentamos,‭ ‬que cuenta con todos los artículos de los‭ ‬60‭ ‬números de la revista,‭ ‬tiene por objetivo dar a conocer a un público más amplio las reflexiones de estos autores,‭ ‬gracias al desarrollo de los medios electrónicos actuales.

Para el lector de hoy,‭ ‬algunos de los‭ ‬temas y análisis de los artículos de la revista pueden sonar un tanto extemporáneos,‭ ‬debido a que se redactaron en situaciones totalmente coyunturales,‭ ‬aunque por ello no dejan de mantener un importante valor histórico.‭ ‬Hay en cambio otros muchos artículos que mantienen una indudable actualidad.‭ ‬Por ello,‭ ‬hemos decidido reunir todos los textos de la revista para que el lector tenga la posibilidad de juzgar por sí mismo sobre su importancia y con ello se anime a continuar con la labor crítica que cultivaron sus autores.

De manera que,‭ ‬el fin primordial de esta iniciativa es el de fomentar la investigación y el pensamiento crítico,‭ ‬con la firme intención de colaborar a una verdadera democratización de nuestras sociedades.‭ ‬Una democratización que,‭ ‬desde nuestro punto de vista,‭ ‬sólo es posible poniendo en cuestión los fundamentos de la moderna sociedad capitalista‭; ‬sociedad que actualmente no sólo atraviesa por una grave crisis económica,‭ ‬sino que en verdad se encuentra en una profunda crisis civilizatoria,‭ ‬una crisis que si bien es cierto nos puede llevar a imaginar otros mundos posibles‭ (‬lo que para algunos optimistas es ya un hecho‭)‬,‭ ‬no obstante,‭ ‬también nos puede llevar a una nueva época de barbarie.‭ ‬En efecto,‭ ‬nos parece que,‭ ‬no basta con intuir que tal crisis existe,‭ ‬sino se hace necesario comprenderla para poder transformar la realidad,‭ ‬y conformar con ello una verdadera alternativa a la modernidad existente.‭ ‬En este sentido,‭ ‬nos parece que‭ ‬Cuadernos Políticos no sólo contribuyó a esta labor,‭ ‬sino que su lectura la sigue fomentando como algo necesario en nuestro tiempo.

Puedes consultar el archivo completo de manera libre en la siguiente dirección electrónica:

http://www.cuadernospoliticos.unam.mx/

Glosario del desencanto

Naomi Klein
The Nation

Traducido para Rebelión por S. Seguí


No todo va de maravilla en Obamafanland, y no está muy claro a qué puede ser debido el cambio de humor. Quizás sea debido al rancio aroma que emana del último rescate bancario realizado por el Departamento del Tesoro. O a la noticia de que el principal asesor económico del presidente, Larry Summers, ganó millones de dólares con los mismos bancos y fondos de alto riesgo de Wall Street a los que ahora protege de una nueva regulación. O quizás comenzó antes, con el silencio de Obama durante el ataque de Israel a Gaza.

Sea cual sea la gota que colmó el vaso, un creciente número de entusiastas seguidores de Obama están comenzando a entrever la posibilidad de que su hombre no vaya, en realidad, a salvar el mundo, por mucha esperanza que pongamos en ello.

Lo que, después de todo, es una buena cosa. Si la cultura de superfans que llevó a Obama al poder ha de transformarse en un movimiento político independiente con suficiente fuerza para producir programas capaces de hacer frente a la actual crisis, vamos a tener que dejarnos, todos, de esperanzas y comenzar con las demandas.

No obstante, un primer paso consiste en comprender totalmente esa tierra de nadie en que se hallan muchos movimientos progresistas estadounidenses. Para conseguirlo, necesitamos una serie de nuevos términos, específicos para este momento de Obama. Ahí van unos cuantos.

Resaca de esperanza. Al igual que la otra, la resaca de esperanza proviene de un exceso de alguna sustancia que en su momento tenía buen sabor, pero que a fin de cuentas no era muy saludable, y que ha llevado a sentimientos de remordimiento e incluso de vergüenza. Frase tipo: “Cuando escuché el discurso económico de Obama el corazón me arrebató. Pero más tarde, cuando intenté contarle a un amigo los planes del presidente para los millones de despidos y ejecuciones hipotecarias me di cuenta de que no tenía nada que decir. Tengo una resaca de esperanza de mil demonios.”

Montaña rusa de esperanza. Como las otras montañas rusas, ésta describe las emocionantes subidas y bajadas de la era de Obama, los virajes que llevan de la alegría de tener un presidente que promueve la educación sobre sexo seguro al desaliento de ver que se ha descartado la posibilidad de alcanzar un sistema de salud de pagador único, precisamente en un momento en que podría hacerse realidad. Frase tipo: “Flipé cuando Obama dijo que iba a cerrar Guantánamo, pero ahora quieren asegurarse de que los prisioneros de Bagram no disfrutan de ningún derecho. ¡Paren esta montaña rusa que me apeo!”

Nostalgia de esperanza. Como en la más corriente, la gente afectada por la nostalgia de esperanza es intensamente nostálgica. Echa a faltar el subidón de optimismo de la campaña electoral y sigue intentando volver a capturar ese cálido y esperanzado sentimiento; generalmente, utiliza para ello la exageración del significado de acciones decentes relativamente leves realizadas por Obama. Frase tipo: “Estaba realmente afectado de nostalgia de esperanza por la escalada en Afganistán, cuando vi un vídeo de YouTube con Michelle en su huerto de cultivo orgánico y tuve la sensación de que estábamos de nuevo en el día de toma de posesión. Pero unas horas más tarde, cuando me enteré de que el gobierno de Obama iba a boicotear una importante conferencia de las Naciones Unidas sobre el racismo, la nostalgia de esperanza regresó con toda su fuerza. Así que me dediqué a mirar fotos de Michelle vestida con ropas diseñadas por modistas independientes de diferentes orígenes étnicos. Algo de ayuda sí fue.”

Colgados de la esperanza. A medida que retrocede la esperanza, el colgado de la esperanza, como el colgado de la droga, vive en el recogimiento, intentando cualquier cosa para apartarse de la sustancia en cuestión. (Se trata de un estado relacionado con la nostalgia de la esperanza, pero más grave y que afecta sobre todo a varones de mediana edad). Frase tipo: “Joe me ha dicho que está convencido de que Obama metió a Summers deliberadamente en todo esto para que meta la pata con lo del plan de salvamento bancario, lo que dejaría a Obama con la excusa que necesita para hacer lo que realmente quiere hacer: nacionalizar los bancos y convertirlos en cooperativas de crédito. Está realmente colgado (de la esperanza), este Joe.”

Esperanza destrozada. Como el amante que está con el corazón destrozado, la fan de Obama con la esperanza destrozada no está enfadada, sino terriblemente triste. Proyectó en su ídolo una serie de poderes mesiánicos y ahora está desconsolada en su desencanto. Frase tipo: “Creía sinceramente que Obama nos obligaría, por fin, a hacer frente al legado del esclavismo en este país, y a iniciar una conversación nacional seria sobre cuestiones de raza. Pero, ahora, resulta que nunca menciona el tema, y está utilizando argumentos legales bastante retorcidos para no afrontar siquiera los crímenes de los años de Bush. Cada vez que lo oigo decir “Sigamos adelante”, me destroza la esperanza otra vez.”

Retroceso de la esperanza. Como cualquier otro retroceso mecánico, se trata de un cambio de dirección de 180o de todo lo relacionado con Obama. Los que sufren esta dolencia fueron en su día los evangelistas más apasionados de Obama, y hoy son sus más acerbos críticos. Frase tipo: “Por lo menos, con Bush todos sabíamos que era un cretino. Ahora tenemos las mismas guerras, las mismas cárceles sin ley, la misma corrupción en Washington, pero todos estamos tan pirados como esos personajes de The Stepford Wives. Vaya un retroceso de la esperanza.”

Al comentar estas dolencias relacionadas con la esperanza, me pregunto qué diría el recientemente fallecido Studs Terkel de nuestra resaca de esperanza. Sin duda nos hubiera recomendado no ceder al desánimo. Hace poco eché mano de uno de sus libros, Hope Dies Last (La esperanza es lo último que muere), y no tuve que ir muy lejos: el libro comienza con estas palabras: “La esperanza nunca ha goteado desde arriba, siempre ha surgido de la base.”

Con esto queda todo dicho. La apelación a la esperanza fue un lema estupendo para un candidato presidencial que no contaba entre los favoritos. Pero como postura del presidente del país más poderoso de la tierra, es peligrosamente deferente. La tarea que tenemos a medida que seguimos adelante –como le gusta decir a Obama– no es abandonar la esperanza, sino encontrar lugares más apropiados para ella: fábricas, vecindarios y escuelas, lugares en los que las tácticas de las sentadas (sit-ins) y las ocupaciones de instalaciones están viviendo un resurgimiento.

El politólogo Sam Gindin escribía hace poco que el movimiento obrero puede hacer algo más que proteger el statu quo. Puede exigir, por ejemplo, que las fábricas de automóviles que han sido cerradas se conviertan en futuras fábricas verdes, en las que se puedan fabricar vehículos de transporte público basados en sistemas de energía renovables. Gidin escribe: “Ser realista implica retirar la esperanza de los discursos y ponerla en las manos de los trabajadores.”

Lo cual me lleva a la última entrada de este glosario:

Esperanza por la base: Frase tipo: “Ya va siendo hora de dejar de creer que la esperanza nos vendrá dada desde arriba, y comenzar a impulsarla desde abajo, por la base.”

http://www.thenation.com/doc/20090504/klein?rel=hp_currently

S. Seguí pertenece a los colectivos de Tlaxcala, Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

El régimen constitucional de las fuerzas armadas

Arnaldo Córdova

De acuerdo con el artículo 39 constitucional, que establece el principio de la soberanía popular, las instituciones del Estado mexicano se fundan para beneficio del pueblo y no pueden tener otro fin. A ese principio obedecen todas las instituciones y su falta de congruencia con el mismo sólo muestra cómo ese mismo principio es permanentemente ignorado, cuando no violado. El Ejército Mexicano es una institución que sólo se justifica si se concibe en su existencia y en los fines de su funcionamiento para beneficio del pueblo mexicano. La Carta Magna impone que sus funciones son asegurar la paz interior y combatir cualquier amenaza venida del exterior. No más.

El Ejército Mexicano, aparte su estatus constitucional tan claro, es también un fruto de la historia. Nació con la Revolución Mexicana y a ella se debió siempre hasta que los mismos grupos gobernantes abjuraron de ella. La Revolución fue hecha por civiles uniformados, por hombres de diversas profesiones y ocupaciones que debieron tomar las armas para subvertir un orden que les pareció insoportable. Ellos mismos nos previnieron del peligro del militarismo que tanto asoló a la América Latina. Eran hombres y mujeres que habían luchado contra un militarismo despiadado. Pero eran, ante todo, políticos y lo siguieron siendo, después del fin de la lucha armada por casi tres décadas. Ellos le dieron a nuestro Ejército su sello.

La doctrina internacional que lleva el nombre del presidente Carranza informó la doctrina de principios del ejército revolucionario. La esencia de esa doctrina era la neutralidad en el mundo de las naciones, el respeto al derecho de los demás y la resistencia intransigente a la violencia y a la opresión de los poderosos. La Revolución Mexicana se vio muchas veces amenazada y agredida por esos poderes imperiales que se enseñoreaban del mundo y dictaban su ley. Eso nunca se aceptó. En la medida en que el nuevo régimen se desarrolló, el ejército fundado por los revolucionarios se acopló tersamente a las exigencias que desde la Constitución se le dictaban. Debería ser, ante todo, un ejército de paz en la arena internacional y un garante de la paz interior contra cualquier peligro.

Neutralidad exterior, dictada y respaldada por el Estado de la Revolución, y ser garante de la paz interior (jamás se pensó en un enemigo como el narco, sino en una revolución hipotética) resumían el credo de nuestro Ejército, fiel a las instituciones y, en particular y sobre todo, al presidente de la República. El Ejército, coherente con sus principios, ha sabido enfrentar con dignidad el cambio de un gobierno priísta por uno panista. Su fidelidad institucional a la figura presidencial se ha mantenido incólume. Se le manda a las calles y a los caminos a enfrentarse con los narcos y lo hace. Ahora, de la nada, como no sea el servilismo de los gobernantes derechistas a los amos del exterior, se le manda también a una aventura exterior, las maniobras de Unitas, y lo acepta.

Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, antes de que México declarara el estado de guerra a las potencias del Eje, se hizo sólida la doctrina militar en el plano internacional del Estado mexicano: neutralidad y seguridad nacional. México sería seguro en la medida en que evitara involucrarse en los conflictos internacionales que concernieran sólo a los poderosos que se disputaban el dominio del mundo. México no tenía en ello vela en el entierro. La esencia de esa doctrina, derivada directamente de la Doctrina Carranza, era: el mejor modo de ahorrarse conflictos con los demás era no meterse en sus problemas. La mejor defensa de México era su neutralidad en la arena internacional.

Por supuesto que México no ha sido neutral del todo. Pero siempre supo hacer sus jugadas a favor del orden internacional y de la paz en el mismo. Nunca actuó en defensa de algún gran poder al que estuviera sometido ni claudicó de sus principios a favor de la paz en el mundo. Lo hizo en los treinta en ocasión de las agresiones fascistas a los débiles, como Abisinia, China, España o Austria. En los cincuenta y los sesenta a favor de la Guatemala agredida y la Cuba asediada. Y en los años setenta a favor de El Salvador y Nicaragua. Eso no ha demeritado el prestigio internacional del país y, al contrario, ha sido objeto de elogio.

Hoy en día la política internacional del país parece consistir en echar por el caño todas las buenas tradiciones que se han forjado a lo largo de nuestra historia. La forma en la que en el Senado se discutió y aprobó la solicitud del gobierno de Calderón para que se le permitiera enviar una pequeña fuerza a participar en las maniobras da la imagen exacta de ello. La senadora Rosario Green, añeja servidora de los regímenes priístas en este rubro, que hace unos diez años abogó porque a México no se le involucrara en un conflicto internacional con el envío de tropas, subió a la tribuna a apoyar la solicitud presidencial con el argumento de que ahora se trata de maniobras que miran a combatir al narcotráfico. La doctora Green debe informarse mejor sobre ese tipo de maniobras que, sólo muy lateralmente, están concebidas como ella las ve. Aquí se trata de comprometer a nuestro país con una política belicista de la potencia imperial que a México no le beneficia para nada, sino que lo compromete seriamente.

Hace unos días me pasé una semana en Costa Rica, invitado para dar la lección inaugural del año lectivo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica. Todos mis amigos costarricenses me dijeron, cuando yo lo pregunté, que la abolición del ejército en 1949 en ese país ni siquiera se hizo notar en la vida diaria de su pueblo y que luego de sesenta años ya nadie sabía para qué puede servir un ejército profesional. Ellos ven que hay orden y que la policía se basta y se sobra para mantener ese buen orden en la sociedad. Regresé a México preguntándome para qué diablos nos sirve un ejército y la respuesta se me vino a la cabeza de inmediato: para combatir al narcotráfico, un uso que jamás antes se le había asignado.

Lo que el gobierno panista está haciendo es involucrar y comprometer a México en una estrategia militar que le es ajena y que está sólo en los planes militares de Estados Unidos. La senadora Green debería explicarnos, ya que sabe tanto de asuntos militares, qué es lo que nuestros marinos van a aprender en materia de lucha contra el crimen organizado en unas maniobras que miran a hacer de nuestro país un socio menor de una potencia que tiene unos intereses mundiales muy diferentes de los que pueden y deben ser los nuestros.

Después no nos preguntemos por qué…

Mario di Costanzo Armenta

Siempre he sostenido que el Estado crea sus propios monstruos y en muchos casos los ciudadanos los alimentamos con nuestra complacencia. Y si lo señalo de nuevo es porque lo que ahora sucede en nuestro país no tiene ninguna explicación que podamos calificar como medianamente sensata: se trata de aberraciones que, combinadas con la carencia absoluta de un sistema que garantice una cabal y congruente rendición de cuentas, nos tienen sumergidos en la mediocridad y la pobreza.

Para corroborar lo anterior sólo basta mencionar algunos ejemplos recientes que muestran claramente esta situación y que se dieron casualmente durante la semana que concluye.

El primero de ellos fue el mensaje triunfalista de Felipe Calderón sobre la evolución de la economía, donde el "presidente de la estabilidad y del empleo" señaló que la crisis se está superando y que lo prueba el hecho de que durante el último mes se generaron 4 mil empleos, el "índice de la bolsa" ganó terreno y nuestra moneda se recuperó frente a la divisa estadunidense, al cotizarse en 13.20 pesos por dólar.

Sin embargo, en su "alentador mensaje" olvidó señalar que los supuestos empleos generados representan sólo 1 por ciento de los que se perdieron entre octubre del año pasado y febrero del presente año; y que diariamente más de 50 empresas desaparecen por problemas financieros.

Omitió mencionar también que, al igual que el "índice de la bolsa", los precios de muchos alimentos –incluidos el frijol, el huevo y el azúcar– también crecieron y que la "notable" recuperación momentánea de nuestra moneda obedece a que el país obtuvo una línea de crédito; es decir, una "deuda contingente" de 47 mil millones de dólares, cifra que representa el doble de nuestra deuda externa actual y que de ser utilizada implicaría un mayor endeudamiento para futuras generaciones de mexicanos.

Más aún, este "nuevo endeudamiento" no tendría como destino la construcción de refinerías, petroquímicas, carreteras, universidades o proyectos de infraestructura hidráulica, sino que se estaría utilizando para "estabilizar la economía" (rescatar a grandes empresas y a bancos).

El segundo ejemplo de las aberraciones que mencionamos al principio se refiere a que, finalmente, después de casi 13 meses de haberse anunciado la construcción de una refinería, se dio a conocer que ésta se ubicará en el estado de Hidalgo (en Tula), pero ello queda sujeto a que dicha entidad federativa adquiriera los terrenos donde la magna obra se asentará y para eso se otorga un "pequeño" plazo de 100 días más.

Este anuncio fue hecho por el director general de Pemex y, más allá de poder analizar en estas líneas si el lugar determinado es el óptimo, lo primero que debemos de preguntarnos es por qué razón el anuncio lo hizo él y no su "nuevo y flamante consejo de administración".

Hay que recordar que la "Nueva Ley de Pemex", a decir de los legisladores que la aprobaron, incluido Graco Ramírez y Carlos Navarrete, la dotó de un consejo de administración que incluye "consejeros profesionales". La ley, además, ahora le permite a la paraestatal contar con un "comité de estrategia y de inversión" y con un "comité de transparencia y auditoría", que garantizarían eficiencia, eficacia y transparencia en la toma de decisiones de la empresa más importante de nuestro país.

Y lo señalo porque hasta ahora, que yo sepa, nadie le ha preguntado a estos cuatro flamantes "consejeros profesionales" (Fluvio Ruiz, Rogelio Gasca, Héctor Moreira y Fortunato Álvarez), ni ellos por iniciativa propia han dado a conocer su opinión en torno de la ubicación y características que tendrá la "nueva refinería".

Más aún, cuando ya se comenta que dichos consejeros no fueron formalmente informados sobre la decisión anunciada por Jesús Reyes Heroles y sería sumamente grave que en este tema, que representa una de las decisiones más importantes adoptadas por la empresa en los últimos 30 años, se haya pasado por alto la opinión de los "consejeros profesionales".

De ser cierto lo anterior, por dignidad, respeto a su trabajo y a la propia ley, dichos "consejeros profesionales" deberían de renunciar, ya que si su nueva chamba no es la de participar en estos asuntos, francamente no sé que hacen ahí ni para qué les pagan su quincena.

Y así podríamos seguir mencionando muchas más aberraciones económicas pero, desafortunadamente, no puedo dejar de mencionar otras dos de tipo "político" que me parecieron para Rippley.

La primera es la incorporación de los luchadores Atlantis y La Parquita a la lista de precandidatos a diputados plurinominales del Partido Acción Nacional (PAN). Aquí vale la pena explicarle a Germán Martínez que unos son los luchadores sociales y otros son los profesionales de la lucha libre, aunque ambos sean luchadores.

La segunda es la decisión adoptada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de enviar a sus candidatos a diputados a tomar un curso (clases) en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Yo me pregunto: ¿acaso no dicen que están en contra del neoliberalismo?

Quiero decirles que yo estudié en el ITAM, pero esa decisión la tomé hace 27 años, cuando tenía 18, el instituto era diferente y no era candidato a diputado de un partido que dice ser de izquierda.

Al respecto, sería interesante escuchar las respuestas que darán los "catedráticos del ITAM" a los candidatos a diputados del PRD cuando éstos pregunten a su maestro su opinión acerca de la aplicación del IVA a los alimentos y a las medicinas, o su opinión en torno de las privatizaciones, o bien su conclusión sobre temas como el Fobaproa, el rescate carretero o las líneas de crédito otorgada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Reserva Federal (Fed) a nuestro país.

Más aún: imaginemos a Francisco Gil Diaz, Agustín Carstens o Jesús Reyes Heroles –que han sido catedráticos del ITAM– ¡dándoles clases de economía a los candidatos a diputados de un partido de izquierda! O bien opinando sobre la política económica instrumentada por Evo Morales, Hugo Chávez o Luiz Inacio Lula da Silva.

Bueno, ¿acaso no tenemos una Universidad Nacional o a una Universidad Metropolitana donde se enseña buena economía, buen derecho, así como otras ciencias sociales, pero con una visión más nacionalista?

Pero, en fin, mientras reflexionamos sobre lo anterior, no me queda más que advertir: después no nos preguntemos por qué…

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El Plan Mérida “necesita” narcotraficantes en México y Centroamérica

Marcelo Colussi

“La valiente posición de México contra los carteles de drogas, como también los esfuerzos de Colombia por combatir las drogas [tienen] el efecto secundario de empujar a los traficantes hacia América Central. Nos basaremos en la Iniciativa de Mérida, lanzada el año pasado por el presidente Bush, para ayudar a México y a los países centroamericanos. El narcotráfico es un problema de todos, y debemos encontrar una solución juntos”, declaró recientemente el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden.

¿Será cierto que a la actual administración de Washington le preocupa el narcotráfico? Si hubiera un interés real por terminar con un problema de salud pública tan amplio como el consumo de drogas ilegales en su país (los cálculos más conservadores ubican en 15 millones la cifra de adictos en el territorio estadounidense), muy otras deberían ser las iniciativas. Quemar sembradíos de coca o de marihuana en las montañas de Latinoamérica o llenar de armamento sofisticado a las fuerzas armadas de los países al sur del Río Bravo no baja el consumo de estupefacientes entre los jóvenes de New York o Los Ángeles. ¿Por qué se sigue militarizando un problema que no es militar? O bien el asunto está mal encarado en términos técnicos, o bien –nos quedamos con esta segunda hipótesis– hay otros intereses tras esta “guerra a muerte” contra el narcotráfico.

Plan Colombia, Plan Mérida… ¿Por qué no, alguna vez, un Plan California, por ejemplo, o un plan Francia, o Plan Holanda, donde tropas de países del sur –digamos de Afganistán y de Myanmar, principales productores de amapola, o de Colombia, principal productor de hoja de coca– se instalasen en estos puntos del Norte próspero para combatir el consumo de estupefacientes de sus ciudadanos? ¿Y un plan “Paraísos Fiscales” para entrar, por ejemplo, en las Bahamas o las Islas Caimán, en el Caribe, o en el Principado de Sealand, que funciona en una antigua plataforma petrolera del Mar del Norte, o en el Dominio de Melchizedek, situado sobre un desértico atolón vecino a las Islas Marshal –que por medio de la página electrónica www.Melchizedek.com ofrece ciudadanía, pasaporte y facilidades para toda clase de negocios– y confiscar las super multimillonarias cuentas de la banca off shore allí instalada donde se lavan narcodólares?

Más allá de la humorada, es inconcebible una maniobra del género. Pero no son inconcebibles maniobras en sentido inverso: tropas armadas hasta los dientes directamente enviadas por Washington, o equipadas y entrenadas por la gran potencia, desembarcando en cualquier país del Sur y persiguiendo a bandas de narcotraficantes locales (al menos, declarando hacerlo). De hecho, eso es lo que sucede a diario con esta nueva guerra total que la gran potencia viene desarrollando junto a su cruzada contra el nunca bien definido “terrorismo internacional”. La lucha contra el narcotráfico permite a la geoestrategia de Estados Unidos estar donde quiere, cuando quiere y haciendo lo que quiere. Y, en realidad, ¿qué hace cuando desembarca en cualquiera de estos “pobres países del Sur” productores de drogas ilícitas? Cuida sus intereses hegemónicos a sangre y fuego, intereses que no son, precisamente, la salud de sus ciudadanos sino los de sus gigantescas multinacionales. Si de la salud pública de su ciudadanía se tratase, no invadiría Colombia ni abriría bases militares en el Asia Central, y en vez de soldados habría médicos y psicólogos en acción.

Complementando el tristemente célebre Plan Colombia –que en casi diez años de existencia y con alrededor de 5.000 millones de dólares invertidos no ha reducido en un gramo la producción de hoja de coca en el territorio colombiano que, por el contrario, subió más aún– ahora surge el Plan Mérida. El Plan Mérida, también conocido como Iniciativa Mérida o Plan México, técnicamente consiste es un proyecto de seguridad establecido entre los gobiernos de Estados Unidos, México y los países de Centroamérica y el Caribe para combatir el narcotráfico y el crimen organizado. El acuerdo fue aceptado por el Congreso de los Estados Unidos y activado por el presidente George Bush el 30 de junio del 2008, en tanto la actual administración de Barack Obama lo ha hecho suyo igualmente. El paquete de asistencia prevé un monto de 1.600 millones de dólares para un plazo de tres años. Durante el primer año estará proporcionando a México 400 millones de dólares en equipo y entrenamiento y un monto de 65 millones de dólares para las naciones de Centroamérica: Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá; el plan también incluye a Haití y a la República Dominicana en la porción del paquete para Centroamérica. Oficialmente, los objetivos perseguidos con toda la iniciativa son: la mejora en los programas de las agencias de seguridad de todos los países implicados en la vigilancia de su territorio, el equipamiento y activos para apoyar a las agencias de seguridad homólogas, la provisión de tecnología computarizada para fortalecer la coordinación de las fuerzas de seguridad e información entre Estados Unidos, México y los países del istmo centroamericano, y la provisión de tecnologías para aumentar la capacidad de recolección de inteligencia para propósitos de orden público.

¿Son efectivamente las prioridades de México, de Centroamérica y de las islas del Caribe la lucha contra el narcotráfico? ¿Mejorarán las condiciones de vida de sus poblaciones por medio de esta nueva iniciativa de remilitarización? La analista política Ana Esther Ceceña comenta que “el Plan Mérida si es la complementación del Plan Puebla Panamá, pero en realidad el P.P.P. en sí mismo ya se transformó en Proyecto Meso América incorporando a Colombia, y muy explícitamente la dimensión de seguridad. Ya el propio Plan Puebla Panamá asumió las dos cosas, la integración energética, que era la parte económica más importante que tenía, y la integración de seguridad. Y en ese sentido, ya no es que requiera del Plan Mérida, sino que es un eslabón más que permite que el Plan Mérida que está en México [y Centroamérica] se concrete de manera muy natural, sin necesidad de mucha bisagra con el Plan Colombia. Porque el Plan Mérida corresponde directamente al Plan Colombia, es el mismo proyecto adaptado a las circunstancias tanto geográficas como temporales. Porque ya se asume toda la experiencia tenida con el Plan Colombia y la estructura es similar: ayuda para seguridad y una muy pequeña para desarrollo, que es como avanzan varios de los proyectos del Plan Colombia. Y entonces tienes una superposición del Plan Mérida en la parte norte, proyecto Meso América enlazando esa parte norte con Colombia, Plan Colombia en Colombia y Perú”.

Si se toman en cuenta los logros de casi una década de existencia del Plan Colombia (en realidad ahora rebautizado Plan Patriota), la experiencia debería ser negativamente aleccionadora: la supuesta “guerra” al narcotráfico no se ganó. Por el contrario: la producción y distribución de cocaína, y en menor medida marihuana, que llega a suelo estadounidense no disminuyó sino que siguió aumentando. ¿Por qué entonces repetir el modelo ahora en una nueva región del patio trasero de la gran potencia?

Sin dudas México y los países centroamericanos constituyen hoy la ruta principal por la que transita la cocaína colombiana con rumbo a Estados Unidos, calculándose que los narcotraficantes aztecas mueven unos 25.000 millones de dólares al año, con poderosos cárteles (el de Sinaloa, el de Juárez, el de Tijuana y el del Golfo) que, según funcionarios mexicanos, importan al año unas 2.000 armas de fuego de última tecnología habiéndose constituido ya en un pequeño poder militar con 100.000 personas implicadas, mientras que en los países centroamericanos los grupos dedicados al trasiego de drogas ilícitas también son un pequeño Estado dentro del Estado aportando, según estimaciones confiables, alrededor de un tercio de las economías locales (la proliferación de centros comerciales de lujo, condominios de alta categoría y torres que no tienen nada que envidiar a las de Miami o Atlanta no deja de sorprender en uno de los lugares más pobres del continente). Por supuesto que estas redes se mueven fuera de la ley y son un foco real de criminalidad, violencia, muerte y dolor para las poblaciones en que están establecidas (aunque también son una fuente de ingresos, lo cual hace que, para esas mismas poblaciones históricamente pobres y excluidas, no se vean tanto como “delincuentes” sino como benefactores). Pero no son más delincuentes que los paraísos fiscales donde se terminan lavando esos narcodólares, los cuales –insistimos con la idea, porque de humorada no tiene nada– jamás serán objeto de un Plan Mérida.

Valga agregar que este plan pretende ir más lejos que el Plan Colombia, en tanto plantea la implantación del Acta Patriota estadounidense, donde se conculcan las libertades civiles de la población pasando por encima de las garantías constitucionales (virtual golpe de Estado técnico disfrazado). Para lograr esto, Washington está utilizando toda clase de pretextos, creíbles y no tan creíbles, o descabellados incluso, como por ejemplo sacar a luz pública alarmistas informaciones según las cuales el grupo Hezbolá, del Líbano estaría operando en su frontera con México, o encontrando nexos de las temibles “maras” (pandillas) centroamericanas con el terrorismo islámico del grupo Al Qaeda. “Miente, miente, miente, que algo queda”. El tamaño de la mentira en juego es directamente proporcional a los intereses en que se sustenta. Cualquier día podrán entrar en escena grupos alienígenas como parte del montaje mediático, y ello no debería sorprendernos. ¿Un “Plan Júpiter” entonces?

Definitivamente entonces, no es un altruista interés por la salud integral de la población estadounidense lo que motiva estos planes. El petróleo mexicano, por ejemplo, cuyas reservas durarán no menos de 100 años con los descubrimientos en el Golfo de México, el agua dulce y la biodiversidad de las selvas tropicales de la región (la del Petén, por ejemplo, la segunda más grande de Latinoamérica), son motivos más fuertes que la salud de los narcodependientes en suelo propio.

Que las bandas de narcotraficantes existen, no hay dudas. Hay ya toda una cultura narco, avalada incluso por los tomados como simpáticos narcocorridos que narran las “valientes historias” de estos nuevos héroes populares. Un poco delincuentes, un poco espejo donde mirarse para los sectores más desposeídos, las mafias del narcotráfico se presentan como “los malos de la película” en esta historia que se va tejiendo. El dinero fácil del narcotráfico alimenta estas fortunas de capos latinoamericanos –muy peliculescos por cierto–, pero también alimenta los paraísos fiscales, y en definitiva, los circuitos financieros internacionales, aquellos donde todo es limpio y se habla en inglés. El crimen organizado y el narcotráfico, nuevo demonio que recorre las tierras latinoamericanas (ya pasaron de moda el comunismo o la teología de la liberación) puede servir para mucho. Para generar planes como los Colombia, o Mérida, por ejemplo.

No hay dudas que en estos momentos asistimos a una catarata mediática impresionante respecto a estos temas. La sensación que se transmite a diario por los medios de comunicación de México y Centroamérica –alimentada realmente por hechos concretos– es que las mafias del narcotráfico “tienen de rodillas a la población”. Todo ello, igual que sucedió años atrás en Colombia, justifica perfectamente la implementación de planes antidrogas salvadores. En ese sentido puede entenderse que la actual explosión de narcoactividad y crimen organizado es totalmente funcional a una estrategia de control regional, donde el mensaje mediático (la Guerra de Cuarta Generación, según llaman los estrategas del Pentágono) prepara las condiciones para posteriores intervenciones.

Diversos analistas políticos y activistas del campo popular advierten que estos planes antinarcóticos se ubican en el contexto de criminalización de las luchas sociales de la región. En ese sentido es denuncia que la Iniciativa Mérida reforzará las guerras de baja intensidad y los distintos planes de contrainsurgencia en la zona, al tiempo que es de esperarse un incremento en los abusos de las fuerzas policiacas y militares. Luchar contra este demonio, así como sucede en la lucha contra el “temible fundamentalismo musulmán”, puede justificar todo.

La “nueva sociedad de las Américas” preconizada por el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no tiene mucho de novedosa: continúa con la dominación económica de siempre, tratados de libre comercio mediante, amparada en más y más sofisticadas operaciones militares, como la reactivación de la IV Flota o convenios de patrullaje conjunto con las fuerzas armadas de los distintos países de la región, siempre con los planes geoestratégicos de control continental –el Plan Colombia y ahora el Plan Mérida– como telón de fondo. El narcotráfico, en tal sentido, es la coartada perfecta.

Además del aseguramiento de los recursos geostratégicos básicos para la lógica imperial (energía, agua dulce, biodiversidad), estos planes centrados en la lucha contra el narcotráfico permiten tener controlada militarmente las sociedades latinoamericanas. Esto hace recordar palabras de Henry Kissinger cuando opinó sobre los talibanes afganos financiados por su gobierno: “¿qué importa en definitiva un pequeño grupo de fundamentalistas como Al Qaeda si ello sirve para una derrota estratégica de la Unión Soviética?” Del mismo modo, en el contexto latinoamericano, podría decirse: “¿qué importan unas cuantas bandas de narcotraficantes en México y Centroamérica si ello sirve para asegurarnos en el control en una zona que quiere levantar la cabeza?".

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